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EXPERIENCIA VOLUNTARIADO EN ESPAÑA

Si pudiera volver ahora al 3 de febrero del año pasado, creo que no reconocería la persona que aquel día bajó del avión en Málaga. La experiencia CES, sin duda, ha sido uno de los más grandes descubrimientos y aprendizajes de mi vida. Lamentablemente, 12 meses han volado como un segundo.

Mi proyecto consistía en el trabajo con las personas migrantes en la Asociación Marroquí. Entre mis actividades podría destacar: el acompañamiento y ayuda con la traducción y trámites sociales y jurídicos, clases de castellano e inglés, ejecución de proyectos en los ámbitos de educación y convivencia, mediación intercultural, preparación de talleres para los centros educativos y participación en investigaciones sobre igualdad de género y prevención de islamofobia. La oportunidad de elegir tareas diversas me ha permitido ser más flexible y conocer diferentes ámbitos que me interesaban, ya que veo mi trayecto profesional relacionado con el trabajo en el tercer sector. Además, la realidad de personas migrantes y refugiadas que he visto me ha inspirado a crear el blog sobre los retos de migración e inclusión social. Creo que, en general, esta experiencia me ha enseñado a ser más fuerte y resiliente, me ha mostrado la diversidad del mundo, la belleza enriquecedora del intercambio cultural y la importancia de crear más lazos entre las personas. De ese modo podríamos evitar conflictos y malentendimientos, la mayoría de los cuales sucede por ignorancia, la falta del pensamiento crítico y poco conocimiento de la realidad del otro.

Por parte más personal, pienso que 12 meses del voluntariado me han convertido un poco en una malagueña. A mí nunca me parecía tan diferente la cultura europea de la mía, pero algunas costumbres y rutinas de España y Málaga en especial han resultado reveladoras y sorprendentes para mí. Por ejemplo, la manera de ver la vida como un proceso del que hay que disfrutar, saborearla, compartir más tiempo con la gente querida, dejar que las cosas fluyan, saber improvisar – ha sido nueva para mí como vengo de una cultura más organizada y menos expresiva y calurosa. Otros voluntarios de países europeos y latinoamericanos también me han abierto los ojos: la oportunidad de compartir el piso y el tiempo juntos, los viajes, fiestas y momentos no siempre llenos de alegría al fin y al cabo os hacen una familia numerosa donde siempre comerás rico y te esperará un abrazo. Asimismo, la necesidad de adaptarme a otro ritmo, crear nuevas rutinas y pasar por diferentes trámites necesarios me ha hecho más responsable y consciente de como quiero construir mi proyecto de vida en el futuro cercano.

Si tuviera que resumir este año en Málaga, sería así: aprendí a bailar kizomba, conocí gente de 27 países, viajé al sur y norte de España, aprendí expresiones curiosas en 8 idiomas, perdí el miedo a nadar, recibí el título de “profesora”, descubrí la diferencia entre café sombra y nube, probé y cociné los platos caseros más ricos del mundo, subí montañas, caminé no sé cuantos kilómetros y tuve infinitas conversaciones profundas, escribí versos en otro idioma, subí la moto, jugué los videojuegos, fui a un festival musical y compartí el piso por primera vez, encontré amigos de por vida y me reafirmé en mis pasiones.

En fin, creo que encontré una parte de mí y dejé mi huella en las calles de Málaga. Cualquier experiencia siempre no es solo de color de rosa, pero esta seguro vale la pena.

 

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